En la obra de José Cruz, excepcionalmente aparecen hembras protagonizando algún cuadro.
Él exalta en lo femenino el origen de la vida, celebra a la tierra que también es hembra y madre fecunda, lo mismo que a las cabras y a las vacas preñadas... Los lienzos de José Cruz están poblados de mujeres.
Mujeres gozosas, libres, pensantes. Mujeres jóvenes, niñas, ancianas, madres e hijas que conversan en intimidad, mujeres embarazadas, mujeres que trabajan la tierra, que contemplan el mundo y se contemplan a si mismas, se desdoblan y conversan con su otredad, se cuestionan: ¿Por qué se mete el sol?, ¿Por qué gira la Tierra?, se confrontan: ¿Por qué soy mujer?, ¿Qué significa ser mujer?
Son cálidas. En ocres, amarillos y rojo indio ofrecen su desnudez con ingenuidad.
Como en la serie "Mujeres en ámbar", cuatro obras de formato pequeño (25 X 25 cms. aprox.), en la que observamos, cual reflnados vouyeristas, a dos mujeres que han terminado de bañarse y secan su piel sin inhibición, se saben observadas y parece no importarles.
El equilibrio de las dos figuras, en primero y segundo plano, es perfecto y quizá lo que asombra es precisamente la simplicidad de la composición.
Otra de las obras de la serie nos muestra como la figura puede saturar la tela sin correr ningún riesgo estético:
Una mujer se ofrece a un amante (fuera de cuadro) que sin duda la mira con deseo, el lecho rojo en que se encuentra recostada y la sábana rosa con la que ingenuamente pretende cubrirse, son dos elementos de color que enfatizan la invitación de ésta deseada y deseante mujer ambarina.
En la serie también está presente el relajamiento, sin miedo y sin culpa, de una mujer satisfecha que se derrama en diagonal sobre un fondo dividido en dos colores, y resulta particularmente seductora porque es la única de las cuatro que mira de frente al espectador.
La cuarta ambarina se ha acicalado, ha colocado flores blancas en el pelo y muestra sus pechos firmes y turgentes, José Cruz ha pintado en su rostro el desdén.
Pero también están las otras, las que nos dan la espalda y nos dejan frente a la fuerza y la perfección de la línea, la belleza de una basta superficie para acariciar.
Son mujeres sentadas, inclinadas hacia adelante, alguna se permite voltear y mostrar su rostro, su perfil, otras deciden ocultarlo entre sus rodillas, son espaldas que muestran sin pudor la convulsión de una carcajada, la pesadez del abatimiento, o la paz de la soledad.
Sin duda una mujer de espaldas es siempre una incógnita aunque José Cruz nos proporcione algunas pistas: la cabellera rizada y cobriza de sus mujeres blancas, la densa trenza de sus mujeres morenas, las cinturas rollizas, las cinturas breves, ¿en qué piensan esas mujeres solas?, ¿de qué conversan con su otro yo?
Lo único que parece claro en ellas, es que ante un paisaje de montañas, entre cráneos de bovinos, recostadas en una cama, o frente a un color que no tiene más pretensiones que la de vestir el fondo, la rotundez de sus nalgas es apabullante e irresistible.
Todas estas mujeres tienen alma, tienen una historia que contar, un personalidad que José Cruz ha retratado y nos permite conocerlas, comprender sus gestos y sus guiños, hay en ellas algo más que la belleza plástica de sus cuerpos desnudos, son personajes: "Andrómeda", "Bruna", "Malva" y "Michoacán" - entre otras - .
Esta última jamás posó para él, pero la mujer es también memoria persistente y pintó su recuerdo en el único retrato que hizo de ella:
Gemelas de torso desnudo que de pié, se unen entrelazando sus brazos mientras en sus cabezas altivas equilibran sin esfuerzo vasijas de barro.
Son dos rostros inquietantes pintados de blanco que se miran de reojo y son uno solo: ella y su "si-misma".
Y ahora que este genuino y honesto devoto de la mujer ha encontrado una nueva modelo, "Calandria', ¿qué nuevas figuras femeninas poblarán su obra? Muchas, sin duda muchas, pues la pintura es para José Cruz una mujer, una dama prolífica con la que ha engendrado casi dos mil cuadros en veinticinco años de fecundo ayuntamiento.
Septiembre de 1994