Cruz es tan dueño de su vocación y capacidad de pintor como antes lo era del campo, del surco y del arado.
Vivir para el campo y del campo era para él una cotidianeidad placentera, satisfactoriamente humana; pero, con los años, sintió con más fuerza el deseo de llevar todas esas visualizaciones, esas vivencias, experiencias, escenografías, formas y colores a un terreno donde quedaran etemizadas, donde se convirtieran en fuentes de recuerdos, en memorias románticas de su infancia y su adolescencia, y la pasión por pintar sobre las telas llegó.
Él abrió las puertas de su voluntad de aprendizaje, de inteligencia para saber con claridad lo que quería en la vida, y así como el rústico campesino, que dominaba yuntas de bueyes, que abría enérgicamente y con cariño el cuerpo de la tierra para depositar en ella la semilla que luego debía fructificar para alimentar a la gente, ahora, sus inclinaciones preferentes por los colores, por las formas, por el gusto de los pinceles, del dibujo, de los cuerpos, había emprendido otro camino: el de las artes plásticas.
Así, José Cruz se auxilió de maestros, estuvo en academias, ha visitado museos, analizado obras de los grandes maestros a través de los libros, y definitivamente entró, desde hace unos 20 años, a dedicarse absolutamente a la recreación plástica partiendo, en una primera instancia, de lo que siempre ha tenido ante sus ojos, de lo que ha conformado su diario vivir, y de lo que, además, le hace sentido vital, comunión consumada, en resumen, lo que le hace vida y multiplicarla momento a momento, además, llevarla a los lienzos con sus propios colores, y desde los puntos de vista que él las observa.
Por ello en su pintura se resume la sencillez provinciana, la humildad de sus habitantes, los caracteres específicamente de jornaleros, de campesinos con sus mujeres sumisas, silenciosas, trabajadoras, atentas a las labores y siempre ayudando y compartiendo con sus hombres los quehaceres propios de esa vida sufriente, dolorosa, plena de carencias cuya única felicidad o regular satisfacción es ocasionada por el rostro de la buena siembra, la bondad de las lluvias a tiempo, por las bendiciones que se advierten cuando todo lo que se siembra crece y fructifica abundantemente y se vuelven cosechas felices.
Todos estos pormenores influyen temáticamente la pintura de José Cruz en una gran porción. Otra de las fases que nos deja ver el pintor potosino es la tragedia, la soledad, la tristeza, la desesperación que son inherentes a toda la raza humana, pero que a nuestra gente de provincia afecta mayormente. De esta manera, desarrolla temas sobre este asunto y los plasma con la sensibilidad y el dramatismo que en ello va implícito.
Mujeres llorando sus muertos, lamentando su doliente situación que les muerde el alma, mujeres atormentadas por sucesos inevitables pero que a ellas, como sencillamente trabajadoras del campo y del hogar les hace sufrir enormemente. Estos sentimientos están proyectados por el pintor con todo el sentimiento que a él, incluso, obviamente le obsesionan y le despiertan los sufrimientos, dolores de sus coterráneos.
José Cruz ha mirado y plasmado mujeres embarazadas y de todas las edades todos los días de su existencia.
Pero así, igual, las ha contemplado ir con la yunta y el arado en las manos roturando la Tierra. Las ha visto regresar a sus hogares a seguir trabajando en sus domesticidades derivadas; las ha observado lavando ropa y ponerla en los secaderos y las ha visto planchar.
En fin, Cruz lo ha visto todo y, ese todo, lo ha aprovechado para convertirlo en recurrencia temática, en fuente de ideas, de inspiración y de allí arranca también parte de sus temas a desarrollar.
Otro asunto que no escapa y que se le vuelve esencialmente principal, indispensable, es el del desnudo femenino. Aquí se solaza, se deleita, se regocija en grande, se excita y a consecuencia de centrarse y concentrarse exhaustivamente en cuerpos de mujeres extraordinariamente abundantes, jóvenes, atractivas, de carnes firmes, morenas, broncíneas, de cuerpos rollizos, estilizados, de glúteos deseables, este tipo de temas también abundan en su obra genérica.
Son las mujeres de su rumbo, de esas regiones que rodean el lugar donde reside y de las mismas que ve pasar, imagina acrecientan la libertad de pintarlas y plasmarlas con todos sus encantos en las superficies de sus lienzos.
Pero, desde luego, en la mayoría de los casos no es el desnudo solitario y ya. El pintor siempre recurre a la recreación escenográfica. La bella desnuda sobre el diván combina sábanas aromáticamente limpias y de espalda al espectador contempla algún paisaje desde la ventana nocturna. En otro cuadro, la placentera vista marina le permite recrear sus ojos sobre la figura de una dama recostada sobre la arena, contemplando la tranquilidad del mar, con un brazo deteniéndose la cabeza, mientras los pinceles del pintor se festinan con tal visibilidad de formas turgentemente atrayentes.
En otra obra, una dama saliendo del agua posa para el artista con sus senos grandes al descubierto, dejando ver incluso parte de una, tupida beIIeza que forma parte de su sexo y, con los brazos hacia abajo, sostiene una toalla, con sorpresa, atónita, con los ojos bien abiertos, con la boca pintada entrecerrada, dándole oportunidad al pintor de que no pierda detalle.
Otras bañistas el pintor les ve el cuerpo de sirenas, con escamas, y prefiere dirigir sus fuerzas a la recreación pictográfica de los voluminosos senos que él acrecienta más y más a su antojo, sobre los vientres o en las fragantes corporeidades a las cuales selecciona un especial punto de vista para pintados con gracilidad, con proyección exitativa, más exuberante presentación, al estilo de los maestros que le antecedieron: como Boticcelli, Fragonard, Diego Rivera, Francisoo Zúñiga, Ricardo Martínez y muchos más conocedores magistrales de la anatomía humana y sus distintas flexibilidades y expresiones.
José Cruz toma de la provincia también sus prodigiosos climas. Las oquedades de los calores desérticos. La vocinglera manifestación de los ríos y sus caudales y, en su inteligente reinvención escenográfica, encuentra formas soslayables que, en la gigantesca visualización natural, conforman vulbas y torrentes eróticos que los sencillos ojos espectadores no advierten a primera instancia.
Pero son paisajes naturalistas realizados por un pintor que vive en estrecho contacto con la naturaleza campirana, y sólo esporádicamente pisa asfaltos y se revuelve entre la histeria de las grandes urbes.
De día o de noche, sus sueños y recurrencias o imaginerías surgen de la Tierra y una zoología doméstica que ayuda a la gente en los quehaceres necesarios para hacer producir la parcela.
La noche y el cielo le bañan de estrellas y luceros y con ello reinventa la vida, esa vida que le presenta como un ser humano pleno de ternura inundado por la alegría de vivir.
Así, muestra respeto por las mujeres embarazadas y hace radiografías como recurrencias para llamar la atención sobre sus objetivos artísticos.
El Sol Y la Luna son círculos Iuminscentes que le sirven igualmente para enfocar no un punto específico sino para diversificar los interesa observativos en cada una de sus pinturas trátese del tema que se trate, y arma juegos, revive escenas mitológicas de lo prehispánico, celebra encuentros de animales que juguetean, que pacen juntos, que conviven armónicamente en paz.
Para él, pintor y humano, la vida a color, es amor, ternura y regocijo y placer que emana de una especial manera de ver y vivir la vida. Sin rebuscamientos inútiles, no importa si en su expresionismo llega a tocar linderos de un primitivismo dibujistico; porque para él, lo importante es decir lo que siente, lo que quiere y mostrarlo como lo ven sus ojos de artista.
En sus coloraciones van implícitos los rostros del terruño, como rememorando al gran Rufino Tamayo y en eso va la intención incluso de perpetuar el nombre de uno de los artistas más representativos de México a nivel mundial.
Tamayo, incluso, no fue ajeno a la manifestación pictográfica de Cruz, y, a raíz de una de sus exposiciones, expresió: "Veo en Cruz al digno sucesor de la pintura mexicana"
Por otra parte, el polifacético Feliciano Béjar, anotó: "En una de mis visitas a San Luis Potosí conocí a José Cruz. Desde entonces cada vez que visito aquella ciudad, tengo el placer de ver que su entusiasmo es constante; al mismo tiempo que su trabajo va progresando. Pero lo que más me ha impresionado de este joven, es su origen y la trayectoria de su vida para dedicarse al arte. Por ello me siento honrado en poder escribir estas palabras. Estoy seguro de que si él persiste y pone el mismo empeño que hasta hoy ha demostrado, su trabajo lo llevará a ser un gran artista".
El licenciado Miguel Alvarez Acosta, escritor de arte y difusor internacional del arte mexicano, hace algunos años, escribió:
'Considero la obra de José Cruz, un campesino de soledad, influida por su permanente contacto con la naturaleza y revestida de un respetable encanto. Pronto descubrió que estaba más urgido de comunicación y de realización que de perfeccionamiento y depuración.
Tuve oportunidad de contemplar una colección de sus cuadros, había ahí una extraña aparición que fluctuaba entre la desordenada belleza, las insospechadas soluciones y una indudable castidad del color dedicados a las confidencias del hombre con su mundo.
Se trata de un autodidacta afortunado, para acercarse en su colorido al maestro Tamayo, por otra parte él, JOSE CRUZ, a indudablemente un artista, pero un artista obstinado, incansable y tenaz.
Nada le detiene. No hay ni complejo ni rubor, ni cobardía en confesar humildemente que de su parte, sólo confía en el deseo y la inspiración..."
Con poca promoción a como debiera tenerla su obra a estas fechas, dada su insistencia en seguir abrazado de la provincia y la limpieza aérea de los campos, José Cruz ha cosechado muchas más opiniones favorables en torno a su trabajo plástico, de parte de escritores especializados en la materia, y, él mismo se ha esforzado por producir una pintura cada día con mayor solidez temática, pictórica y técnica.
Todo esto afirma y confirma la calidad estética de su producción, de la cual, ya es extensa, a tal grado que lleva incontables participaciones colectivas tanto en galerías del Distrito Federal como en importantes salas de arte en las principales ciudades de nuestra provincia, amén de las exposiciones individuales que no son pocas y que han sido reveladas por los críticos y la prensa nacional.